Como intérprete, un día soy la voz de un Primer Ministro, al siguiente la de un líder sindical, y un par de días después, la de un detenido. Como en ese momento personifico a cada uno de ellos, el trabajo que hago trasciende el lenguaje. Tiene que ver con la transmisión de significado e intención, de emoción y empatía.

En esencia, hago que dos o más personas se entiendan. Soy generalista, no especialista, pero necesito sumergirme en el tema del que hablo para que tenga sentido. Y lo que es más importante, tengo que hablar de tal manera que la gente no sólo me entienda, sino que me escuche de verdad. Si sueno dubitativa porque estoy buscando la palabra correcta, aunque el orador sea asertivo, el mensaje sonará menos convincente. Si sueno aburrida porque no me importa lo que se está diciendo, por muy interesante que sea, mi audiencia se aburrirá. El registro lingüístico – o el nivel de formalidad con el que se habla en función de la situación – también es importantísimo.

Cuando soy la voz de alguien que lucha por los derechos humanos o las cuestiones de género, o la de un abogado o un juez en un tribunal, mi tono de voz es diferente del que utilizo durante una reunión de marketing o una clase magistral de un chef estrella. Mi papel también cambia con la interacción de los interlocutores; es muy diferente personificar a un juez que al acusado, o a un director general que intenta vender un proyecto a un gobierno y al funcionario que no ve los beneficios de ese trato. Por eso a menudo se compara a los intérpretes con los actores. Para desempeñar esos diferentes papeles, necesitamos un conjunto de competencias y estrategias similares a las de los actores, y nuestra formación incluye clases de entrenamiento vocal y oratoria.

Un día mi voz puede expresar el dolor de una víctima de agresión sexual o el de un activista que aboga por la solidaridad; puede ayudar a sacar a alguien de la cárcel, negociar una indemnización por daños a la salud o ayudar a las naciones pobres a conseguir cooperación internacional. Como tal, siento que puedo hacer hablar a los que no tienen voz y aportar algo a la sociedad. Pero también puede ser la voz del Secretario General de la ONU advirtiendo a la comunidad internacional sobre una inminente crisis climática o la de un líder religioso predicando por la paz. Al fin de cuentas, de lo que se trata es de tender puentes de comunicación y ser lo más fiel posible al espíritu del mensaje original, más que a las palabras en sí mismas.

La interpretación siempre ha sido mi ventana al mundo; en realidad, a diferentes mundos que de otro modo nunca habría conocido, y que van desde el derecho internacional a la nanotecnología, desde el sida al crimen organizado, desde el liderazgo a la diplomacia. Este amplio espectro de temas y el proceso de aprendizaje permanente que conlleva siguen siendo la razón por la cual, si tuviera que empezar de nuevo, volvería a elegir esta profesión. Ayudar a personas de todo el mundo y de todos los ámbitos a entenderse es lo que me motiva a poner mi voz al servicio de los demás.